
Vestirse bien en Colombia no siempre ha sido sinónimo de lujo, sino de ingenio. En las calles de Medellín, Bogotá o Cali, el streetwear ha emergido como una forma de resistencia y autoafirmación. No es solo una tendencia importada, sino una reinterpretación local de cómo el cuerpo puede hablar desde el margen. Aquí, el autocuidado no se traduce en seguir la moda global al pie de la letra, sino en adaptarla, en mezclarla con códigos propios, en hacer de cada prenda una declaración de presencia en un país donde muchas veces se ha querido desaparecer ciertas voces.
El streetwear colombiano nace en las esquinas, en los talleres pequeños, en los barrios donde el acceso a los grandes recursos es limitado, pero la creatividad abunda. Como diría Samuel Ross, emprender con pocos medios puede ser una ventaja: obliga a inventar nuevas formas de expresión. En Colombia, el reciclaje de prendas, la resignificación de uniformes escolares, o la intervención de ropa deportiva son actos de rebeldía estética, pero también de cuidado personal. Vestirse bien, en este contexto, es protegerse simbólicamente del abandono estatal, del anonimato urbano, del silencio impuesto.
Virgil Abloh hablaba del diseño como “el arte de hacer visible lo invisible”. En Colombia, eso se ve en cómo muchos jóvenes usan la moda para hablar de su entorno, de su barrio, de su historia. Las marcas de streetwear local, como Príncipe del Barrio o Malcriado, no solo venden ropa: narran realidades. Usar sus prendas es como escribir en el cuerpo un poema de pertenencia. Es mirarse al espejo y reconocer que, aunque el país no siempre ofrezca estabilidad, uno puede construir su propio refugio estético.
Hay un tipo de autocuidado que no tiene que ver con lo higiénico ni lo terapéutico, sino con lo simbólico. Y ese aparece cuando alguien se pone su gorra favorita, sus tenis más desgastados pero amados, y sale al mundo con dignidad. En Colombia, donde el contexto puede ser áspero, vestirse bien en el universo streetwear es un ritual de afirmación: esto soy yo, esto es lo que cuento, esto es lo que cuido. La ropa se convierte en escudo, en bandera, en abrazo.
Y como en toda forma de autocuidado profundo, el streetwear colombiano también genera comunidad. No se trata solo de verse bien, sino de verse entre pares, de reconocerse. Las ferias de diseño independiente, los encuentros de breakers, los colectivos de arte urbano... ahí se gesta una espiritualidad moderna, donde vestirse bien es una manera de construir vínculos, de sanar la mirada ajena, de volver a tejer confianza en lo común. Como un himno silencioso que se lleva puesto.